18 febrero 2006

Palmira y sus 50 kilos de peso



Palmira pesaba 50 kilos en una época en la que la figura no tenía esa importancia que ahora se le da al peso, aún así ella tampoco le concedería ahora ninguna, a Palmira poco le importaban este tipo de cosas.
Palmira era delgadita y de pelo muy largo, un pelo negro y viciado que la envolvía en un misterio y una calma, pero que en realidad escondían un fuerza avasalladora.
Palmira soñaba con un amor para siempre, con un principe de carne y hueso, con llegada triunfante y que la amara hasta la salida y más allá. Palmira soñaba con una vida llena de pequeñas cosas, con todos los detalles, una vida que no pasara desapercibida, una vida creada a medida de todo lo que ella soñaba.
Pero Palmira era muy sensible, podía llegar hasta ser extremadamente sensible, llegando el punto hasta que el aire más delicado podía hacer que volara y apareciera en parajes a los que ella nunca pudiera pensar llegar, su piel, aparentemente fuerte y curtida, se estremecía por las cosas más mínimas. Su forma de empatizar hacía que todos los dolores se adherieran a ella, haciendola capaz de absorver cualquier tipo de sentimiento, llegado incluso un día, y siendo ella muy pequeña, al volver del colegio vio como una pareja discutía de una forma muy violenta, como dos perros rabiosos que se ladraban el uno al otro, Palmira sintió como si su cuerpo se transplantara en el de la pareja, y se quedara en medio del fuego cruzado,un fuego que en ese momento la arrastró entera, sintió todo el dolor de ella y toda la rabia de él, toda la rabia de ella y todo el dolor de él. Fue entonces cuando la imagen la cogió de las piernas y le apretó los pulmones, dejándola sin aire hasta hacerla llorar. Palmira llegaba a su casa y sentía sobre su débil y machacado cuerpo, que la vida le había pasado a taconazos.
Ya siendo tan pequeña sintió una tristeza de adultos, una de esas reservadas para cuando se sabe algo más de la vida que campos y caminos al colegio, una tristeza que se reserva en un puñal que entra y sale a fuerza de revolverlo de mala manera, será que a medida que vamos creciendo aprendemos menos a sacar las cosas. Así que Palmira dejó el colegio, quizás para no volver a coger más ese camino y presenciar una vez más todo lo que vio, todo lo que vivió, quizás para que Elena, su madre, no le diera más importancia de la necesaria, y empezara a hacer de la niña, una mujer de verdad, una mujer que no se paraba en estas nimiedades. Pero lo que no sabía su madre, es que Palmira no era de verdad, que ella se había inventado a sí misma.
Palmira pesaba 50 kilos cuando su príncipe entraba por la puerta del baile, llevaba unos zapatos que le apretaban y con los que les costaba bailar, moverse y respirar, y que al mismo tiempo, le servían de excusa para evitar a otros tantos "principes de plástico" que le insitían una y otra vez. Él entró por la puerta con sus ojos claros, con su pelo castaño y ese aire que tenía a actor de películas de Hollywood, que ya Palmira, sin haber ido mucho al cine, sintió ese extremecimiento que sintieron algunas por Gary Grant, un temblor de piernas, un sudor frio y un corazón que no paraba sino estallaba. Y Palmira solo pesaba 50 kilos.
Una pieza bastaría para imaginar una vida entera, a Palmira nunca le fallaba la imaginación, si fuera preciso crear otro mundo, seguro que se le pedía consejo a ella. Así que 50 kilos de peso y toneladas de sentimientos, flotaban en las manos de aquel príncipe, al ritmo de su pelo viciado que mostraba unos ojos castaños que aumentaban y crecían a cada paso que daba. Palmira definitivamente se había enamorado. Así que,si no me equivoco y dudo que lo hiciera, este tiene que ser el principe.
Apenas un año después ya se hablaba de vestidos blancos, de banquetes y de tartas de nata de postre, de tu gente y de mi gente y del "espero que no llueva ese día". Palmira se enfundaría en uno de ellos, enfudaría esos escasos 50 kilos para ilumiar su día perfecto, ella se ocuparía de todos los focos y de toda la escenografía, su deseo sería suficiente para crear todo esto, aunque ese día lloviera, todo iba a salir bien, porque ella así lo había deseado toda su vida, pondría todas sus energías, más de las que podía contener un cuerpo de 50 kilos hasta llorar de felicidad, hasta llorar de miedo, porque a Palmira siempre le ha dado miedo la felicidad, como si creyera que no la mereciera, como si pensara que fuera para otros. La vida no podía ser así.
Tres años intentado dar la buena noticia, porque ya Palmira quería un niño. Tocaba su estomago y soñaba con las patadas y la vida que salían o podían salir de ella, se comunicaba con él ya sin haber nacido. Quizás otro príncipe por si el primero fallaba o por si ella fallaba como princesa. Así que el retraso esperó 3 años, esperó a que las ganas fueran del todo infinitas, esperó al momento adecuado para crear a su persona adecuada. Un niño que llevaría como nombre auxiliar el nombre de su principe (porque al fin y al cabo era el principito, su principito) Ángel, y añadiría como nombre principal Marcos, un nombre que a ella le gustaba como se balanceaba en su paladar, la apertura de la boca como la que absorve un aliento en la primera sílaba, acabando con los labios hacia fuera como si lo dedicara en la segunda sílaba, porque ella dedicaría todos sus alientos a ese niño. El nombre de su futuro rey tenía que tener al menos esa peculiaridad.
Palmira hablaría con él usando su mano como telefono, un intercumunicador que emitía señales con sus dedos y con los latidos de su corazón, susurrandole su nombre y hablándole de su mundo y del mundo que le iba a tocar, un mundo del que ella se ocuparía de que fuera más que perfecto. Palmira sabía que sería guapo porque su principe era guapo, sabía que sería fuerte porque ella se sabía fuerte, pero ante todo sabía, que sería el único rey al que le debiera un amor incondicional.
Marcos dolió como primeriza y lloró todo lo que pudo por si acado el mundo no lo trataba bien, ya no como excusa, sino previniendo que llevaría los ojos de su padre y la sensibilidad de su madre, sería un niño que ya sin pesar 50 kilos, exigiría al mundo todo lo que se le debía. Su madre le enseñaría a no conformarse, a aprender a crear sus propios mundos.
Pero Palmira quería otra personita para su reino, una niña a la que hablarle de sus principes de carne y hueso, de su mundo y de que ella lo entendiera. Quizás por si el niño estaba muy ocupado en entender otras cosas, los hombres se acostumbraban a entender poco de todo.
Cinco meses después volvía a retrasarse, y Palmira también sabía quíen habría de llegar, así que empezó a hablarle de nuevo, utilizando el mismo lenguaje, pero ya con diferentes palabras, y llamándola por su nombre, Silvia, mientras ella plantaba su selva en el vientre de Palmira. Silvia nacía con otro nombre auxiliar, el nombre de su madre: Palmira, aunque no tuviera mucha coherencia y nadie lo entendiera demasiado bien, en el mundo de Palmira todas las cosas tenían su sentido, ella también se podía ocupar de eso. Si ella decidía que los caballos volaban, que existían principes y que estos podían aparecer en salas de baile, pues así sería, a ella le daba igual que el mundo en el que le había tocado vivir, no entendiera el resto, la fantasía era grátis, sobre todo si haces mucho uso de ella.
Ya Palmira dejó de pesar 50 kilos, ya dejó atrás su cuerpo frágil para hacerse fuerte y cubrir a sus hijos de todas las tormentas, lo haría con su fuerza, seguiría arrollando con su mirada y con su pelo negro viciado.
Palmira tiene un castillo de la que ella es la única reina y soldado, Palmira mece dos cunas y ama en silencio a su principe, aunque haya veces que parezca que es un poco de plástico, recordando cada una de sus historias para quién las quiera oir, dejando patente sin saber, que ella es única y que su mundo es el reino más grande.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

me ha impresionado este relato quizás debido a una pequeña casualidad. Mi madre se llama como la tuya, y mi padre como tú. Nunca pensé que el azar pudiera unir dos nombres así de nuevo de forma deliberada.

me ha encantado...

qué curiosa es la vida.

M dijo...

(por si lo vuelves a leer persona anonima)
me alegra que te haya gustado mi historia, es lo más parecida a la realidad, de las cosas que mi madre me cuenta sobre ella. el hombre de palmira me gusta mucho, me gusta la fuerza que tiene, quizás porque siempre he visto a mi madre como una persona muy fuerte, como mi hermana, que también se llama Palmira.
La verdad es que las casualidades son una cosa rara, pero bonita.
Es una pena que seas persona anonima, aún así gracias por hacer una pequeña visita a mi mundo.
Un abrazo

María Esquitin dijo...

Nunca dejas de sorprenderme, pero si es comprensible que seas pura ilusión, que seas la sensibilidad personificada ... eres el agua de los arroyos, que corre libre por los montes. ¿Has visto como corren las nutrias y como se menten en el agua? Te gustaría verlo ... me acordé de eso al leerte, un día te cuento el porqué. Un beso.

Anónimo dijo...

mi amigo momo dice que todo me da miedo, me da miedo el amor también

Anónimo dijo...

Y Palmira, confrontó la felicidad, y la tristeza y el dolor, todo aquello que significa criar dos hijos. Valiente Palmira.