23 octubre 2009

yo no necesito a nadie

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"yo no necesito a nadie" se repetía una y otra vez mientrás él se marchaba por la puerta, como si cada uno de sus pasos hiciera retumbar más y más fuerte la misma frase: "yo no necesito a nadie".
Y él cogería su bufanda porque hacía frío fuera, y cogería su chaqueta gris -que es la que está en casa-. se pondría los calcetines que hacía un par de horas se había quitado, y se colocaría las mismas zapatillas, los mismos vaqueros apenas doblados, y todo al son de la misma banda sonora del que se quedaba, la que sonaba en su cabeza: "yo no necesito a nadie".

Y escuchó cómo sonaba la puerta de la habitación al cerrarse, al irse, al marcharse, al abandonar, con todo su aire y sus mezclas de polvo, y tras de sí la puerta de la casa, y ese sonido se haría entonces nuevo para el que se quedaba, haciéndole oír hasta los granajes de la cerradura al abrirse y al cerrarse después de la puerta, como si nunca los hubiera escuchado antes, y escucharía la madera de la puerta crujir suavemente por la fuerza, el pié derecho deslizándose para dar paso al izquiero y agilizar el paso. Y este sin mirar, sin mirar hacía las puertas, dejándo su mirada fija en las cortinas para no ver la huída, se repetía: "yo no necesito a nadie, yo no necesito a nadie, yo no necesito a nadie...".

Algunas de las repeticiones le sonaban reales, otros apenas tenían significado, y ya las palabras se confundía entre sí mirándo aquellas cortinas, se fundían y se convertían en monosílabos de una léngua extraña, una que pretendía conocer, pero que tampoco conocía, aunque algo si entendía, algo como"tú no necesitas a nadie". Cuándo realmente lo que quedaba era "tú no necesitas a alguien como yo".